martes, 8 de septiembre de 2009

Érase una vez...

Érase una vez una pequeña niña. No sólo lo era por su corta edad, sino por cómo se sentía ante los demás.

Se sentía tan pequeña que decidió no pronunciar palabra cuando había gente a su alrededor pues, pensó:

—Por muy alto que hable no llegarán a escuchar mi voz. Están tan lejos de mí que apenas la sentirán como un molesto zumbido que, sin duda, espantarán. —

Así pasaban los días, sin que nadie la escuchara hablar, a medida que iba encogiendo se sentía más y más sola en su mundo particular. No tenía a nadie con quien jugar, no le escuchaban hablar, las palabras que devoraba en los libros no eran consuelo suficiente.

Un día, cansada ya de toda esta soledad, decidió proteger su inseguro corazón contra las críticas y empezó a hablar. Sus primeras palabras fueron tímidas, a penas un suspiro, pero empezó a confiar más en sus palabras y fue elevando la voz.

Todo le empezó a ir mejor, pero no se sentía del todo feliz.

— ¿Era esto lo que buscaba?— pensó — ¿estar rodeada de gente pero no tener a nadie en mi corazón?

Las personas iban y venían de su vida, pero ninguna le marcó.

¿Qué era lo que le faltaba? Eso mismo me pregunto yo.

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